viernes, 24 de noviembre de 2006

Cogerás algo malo con esos vasos. Pero en fin, si estás decidido, pídeme a mí un coñac, ¿de acuerdo?
La señora Reilly hizo una señal al camarero, que salió de entre las sombras y preguntó:
-¿Y qué fue lo que le pasó en aquel autobús, amigo? No entendí el final de la historia.
-¿Tendría usted la bondad de atender el bar como es debido?-dijo Ignatius furioso-. Su obligación es servir en silencio lo que le pidan. Si quisiéramos incluirle a usted en nuestra conversación se lo habríamos indicado.
-El señor solo pretende ser amable, Ignatius. Debería darte vergüenza.
-Eso es contradictorio en si mismo. Nadie puede ser amable ni bueno en un antro como éste.
-Queremos otras dos cervezas.
-Una cerveza y un coñac- corrigió Ignatius.
-No hay más vasos limpios- dijo el camarero.
-Vaya que lástima- dijo la señora Reilly-. En fin, podemos usar los mismos que tenemos.
El camarero se encogió de hombros y se perdió de nuevo en las sombras.


John Kennedy Toole
La conjura de los necios

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